Queridos amigos: tengo el agrado de publicar, una vez más, en Planisferio, la columna semanal de Agustín. ¡Muchas gracias! El link a su blog y el texto a continuación:
¿ES ARGENTINO NÉSTOR KIRCHNER?
Por Agustín Mackinlay (*)
La pregunta que da el título a esta columna puede parecer extraña. Néstor Kirchner es un ciudadano argentino: todos lo sabemos. Sin embargo, desde el punto de vista de la cultura política, la pregunta tiene sentido. En junio de 1964, Borges viaja a Catamarca y a Jujuy, donde conoce a varios nacionalistas. El comentario del intelectual porteño debe haberlos dejado helados: “El nacionalismo es una doctrina foránea, inventada por el escocés Carlyle”. El año siguiente, Borges se niega a dar una entrevista a la revista Panorama, que acaba de publicar una foto de Perón en la tapa. El escritor rechaza la idea de una entrevista “porque es argentino”. Piense en la fenomenal audacia de este razonamiento: hay formas de gobierno ... ¡no-argentinas! Un régimen populista de poder ultra-concentrado, que anula la independencia judicial y la libertad de prensa, es algo que Borges considera como impropio de la Argentina, como culturalmente foráneo.
En 1971, Borges aclara que “ningún encono personal” motiva su oposición al peronismo: es una simple cuestión de cultura política. Ese mismo año, mientras celebra el 25 de mayo, el escritor redacta su más explícito artículo contra el peronismo. Nuevamente, notamos el rechazo al populismo como señal de patriotismo. En 1982, con motivo de la Guerra de Malvinas, Borges vuelve a la carga; en un artículo para Clarín, contrasta el des-gobierno de Galtieri y su autoritarismo demagógico con las ideas de “nuestro Alberdi”. Esta sencilla expresión encierra una idea importante: si Alberdi es lo “nuestro”, es decir lo argentino, entonces sus numerosas antítesis —Rosas, Perón, Galtieri— representan lo extraño, lo foráneo, lo no-patriótico.
Tácito, Borges y una larga tradición
Al acusar a los regímenes de poder ultra-concentrado de no-argentinos, Jorge Luis Borges está simplemente expresando una tradición cultural típica de la civilización occidental. En el siglo IV de nuestra era, Ammianus Marcellinus considera el estilo de gobierno del emperador Constancio como “oriental”, es decir como no-romano. En Cervantes se perciben críticas similares a Felipe II. En una carta al rey de Francia Luis XIV, el gran escritor católico Fénelon lo acusa de haber “tirado por la borda todas las antiguas máximas del Estado”. Este texto, hoy un clásico de la literatura francesa, es particularmente interesante — y nos acerca un poco más a la problemática de Néstor Kirchner. En efecto, Fénelon le reprocha haber sacado provecho de una crisis para usurpar el poder; rodeado de aduladores inescrupulosos, el Rey-Sol está conduciendo al país a la ruina con su abusiva centralización del poder. El recurso a la tradición occidental del “buen gobierno” se precisa durante el siglo XVIII. Redescubriendo a Tácito, los opositores al absolutismo borbónico recuerdan que la tradición de los francos (y germánicos) que conquistaron Europa es la de reyes con poderes limitados, elegidos por la comunidad de acuerdo a sus méritos. Encontramos este planteo en autores estudiados de cerca por Mariano Moreno: Montesquieu, el abate Mably, y el filósofo asturiano Jovellanos.
Jovellanos llama la atención sobre el verdadero origen de la cultura política española: la libertad de “los godos”. Los godos, señala el asturiano, “se juntaban frecuentemente en asambleas”; era una “unión admirable” —que, “atrayendo á unos, amedrentando ó refrenando a á otros”— conseguía “la paz y sosiego interior del reino”. Cuando Napoleón invade España, en 1808, Jovellanos encabeza la resistencia nacional y promueve en España un régimen político balanceado: poder ejecutivo uni-personal y fuerte, Cortes bi-camerales, y poder judicial capaz de “administrar la justicia con arreglo al tenor de las leyes” (es decir, independiente). Cuando sus adversarios le preguntan con sarcasmo ¿Con que Usted quiere hacernos ingleses?, el filósofo los invita a estudiar la constitución original de España, y a descubrir las profundas analogías con el régimen de equilibrio de poderes. En otras palabras: el absolutismo, ya sea borbónico o napoleónico, representa una tradición foránea; la lucha por el gobierno balanceado es un deber patriótico. Por algo la última biografía del filósofo asturiano, escrita por Manuel Fernández Álvarez, lleva por título Jovellanos, el patriota.
¿Cuál es nuestra cultura política?
Hacia el final de su vida —angustiado por la crisis económica y por la fragilidad de la democracia argentina— Borges publica “Los Conjurados”, un auténtico testamento político. El poeta no esconde su admiración por Suiza y por los países escandinavos, capaces de organizar un federalismo pacífico, próspero y eficiente. Gran lector de Tácito, Borges dedica especial atención a no reducir lo germánico a lo alemán: el nazismo es para él la mayor traición al ideal del gobierno germánico, que ve representado en su “segunda patria” (Suiza). Muchos argentinos —seguramente la mayoría— descienden de europeos. Descienden, en otras palabras, de godos, de francos, de anglos, y de sajones que mezclaron su sangre con la de poblaciones celtas, vascas, hispánicas, itálicas, eslavas y tantas otras que —habiendo adoptado el cristianismo por vía del imperio romano— incorporaban el rico bagaje cultural griego y judeo-cristiano.
Frente a esta magnífica diversidad, a la cual uno podría incluso añadir elementos islámicos de la Edad de Oro andaluz, me resisto a aceptar como propia la cultura política del poder ultra-concentrado. Que un individuo acumule la suma del poder político es lo menos argentino que se me ocurre. A casi doscientos años de la Revolución de Mayo, es bueno recordar que su principal conductor —atento lector de Fénelon, Montesquieu, Mably y Jovellanos— consideraba la división de poderes como “la suma de quantas reglas consagra la política á la felicidad de los estados”. Desde el punto de vista de nuestra cultura política, la que nace en 1810, la extraña pregunta que encabeza esta columna tiene mucho sentido.
(*) Drs. en Humanidades, Universidad de Amsterdam (cum laude); Advanced Studies in International Economic Policy Research, Kiel Institut für Weltwirtschaft. Premio Roosevelt Study Center 2006; Premio LA NACIÓN 1989 y 1991; enseño "International Political Economy" en la Universidad de Leiden (Holanda). Estoy publicando El Enigma de Mariano Moreno. Fundación y Equilibrio de Poderes en la Era de las Revoluciones (más información pronto). Mi dirección de e-mail es: agustin_mackinlay@yahoo.com. Columnas anteriores: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11,12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario