Le agradecemos a nuestro amigo Agustín Mackinlay (*) por regalarnos un post más para Planisferio, originalmente publicado en COLUMNA SEMANAL. EL AJUSTE INSTITUCIONAL
A ver qué opinan...
Aunque intelectualmente muy seductora, la idea de la estanflación en la economía mundial choca contra el colapso en las expectativas inflacionarias en los países del ex-G7. Con tasas nominales a diez años de solamente 3.6% en los bonos del Tesoro estadounidense, queda perfectamente claro que el riesgo de deflación es el que preocupa a los mercados de crédito. La situación es diferente en el mundo "emergente", donde la debilidad institucional —léase: ausencia de bancos centrales independientes— ha producido, en muchos casos, un fuerte desborde inflacionario. (La Argentina es uno de los líderes en esta materia). Pero si el riesgo de deflación se "contagiara" a nuestro país —vía apreciación del dólar y caída en precios de commodities— entonces estaríamos rápidamente re-editando el dilema de 2001: alto costo de la mano de obra y, simultáneamente, alto costo del capital. Semejante situación no puede ser soportada por mucho tiempo sin un brutal ajuste en el nivel de empleo. En otras palabras: o baja el costo de la mano de obra, o baja el costo del capital.
Un poco de historia nos ayuda a poner este dilema en perspectiva. Tanto Carlos Menem como Néstor Kirchner comenzaron sus mandatos con un inesperado viento a favor de la economía mundial. Una elemental falta de prudencia los llevó a atribuir la ola de prosperidad a su propio accionar. Como dicen los chicos: "se la creyeron". Enceguecidos por esta percepción, descuidaron el capital más importante que tiene un país: sus instituciones. El Sr. Menem atacó sin piedad a las instituciones republicanas, dejando en pie una sola: la independencia del banco central. El Sr. Kirchner recompuso la Corte Suprema de Justicia, pero optó por destruir el resto. Cuando sus respectivos —y desafortunados— sucesores llegaron a la Casa Rosada (De la Rúa y Cristina), el "capital institucional" había virtualmente desaparecido. Pero el vacío institucional tiene una consecuencia económica inmediata, todavía mal entendida por los especialistas: provoca una severa contracción en la oferta de recursos prestables en el mercado de crédito. En consecuencia, la tasa de interés real se dispara; el crédito a largo plazo desaparece.
El ajuste institucional
La palabra "ajuste" tiene mala fama en la Argentina. Esta reputación es ampliamente merecida. El ajuste típico del FMI en los 1980s —devaluación y suba de impuestos— era particularmente doloroso. En 1985, un nuevo equipo económico, liderado por Juan Sourrouille, intentó promover la idea de un ajuste positivo vía exportaciones. Como tantos ajustes que ignoraban la problemática institucional, el llamado ajuste positivo no tardó en naufragar en el espanto de la des-gobernanza alfonsinista. En el escenario actual, las opciones de la Sra. Cristina han quedado drásticamente reducidas. Intentar bajar el costo de la mano obra —devaluar— generaría un peligroso aumento en las expectativas inflacionarias. La situación social sería probablemente difícil de controlar. Todo indica que la Presidenta tiene una sola herramienta a su disposición: bajar el costo del capital vía un profundo ajuste institucional.
Un ajuste institucional que apunte a reconstruir la confianza y a generar crédito (y recaudación fiscal) incluye, naturalmente, la inmediata rehabilitación del INDEC. Como bien decía Mme. de Staël, no hay crédito sin información. Para salvar su presidencia en las difíciles condiciones económico-sociales que se avecinan, la Sra. Cristina debería liderar un ajuste institucional mucho más ambicioso. Estos son algunos de los elementos de este "Big Bang": inmediata independencia del banco central (vía estatuto, con mandato sobre la estabilidad de la moneda), pedido a la Corte Suprema para que anuncie formalmente que respetará sus fallos previos, Pacto por la Independencia Judicial con los principales partidos políticos, amplia libertad de prensa, fin de listas-sábanas, fin del voto obligatorio, fin de super-poderes. ¡A las cosas!
(*) Drs, Universidad de Amsterdam. Premio Roosevelt Study Center 2006. Columnas anteriores: 1, 2.
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