Muchísimas gracias a nuestro amigo Diego Goldman por este excelente artículo que apareció, esta semana, publicado en su blog, Cinco razones por las cuales el liberalismo no pega en la Argentina Espero que sea muy leído y comentado.
La solución del problema empieza por su reconocimiento. El que tenemos los liberales argentinos es claro como el agua, aunque los que no sacan la mirada de su ombligo no lo alcanzan a ver: no nos da bola nadie. Mientras los peronistas se reparten el país hace décadas, los radicales se defienden atrincherados en sus intendencias de ciudades y pueblos del interior, y hasta el trotskista más trasnochado maneja un centro de estudiantes, nosotros no figuramos ni en las elecciones para la junta directiva de una sociedad de fomento. No sólo es que no nos votan, sino que, peor, ni siquiera nos presentamos. Mientras tanto, y aún cuando el noventa y nueve por ciento de la población nacional no nos presta atención ni para burlarse de nosotros, seguimos masturbándonos mentalmente entre los mismos de siempre, soñando con llegar algún día al poder y cristalizar el sueño de la Argentina libre y próspera.
Hay muchísimas razones por las cuales el liberalismo carece de la más mínima inserción no ya en la política, sino en el debate de ideas vernáculo. Elegí cinco porque ando corto de tiempo y para publicar los tres tomos que implicaría analizarlas a todas en detalle dudo conseguir editorial interesada. Ahí van.
1. Una utopía poco utópica
Una idea política, para ganar adeptos, tiene que tocar el corazón de la gente tanto o más que su razón. El arte de la política tiene mucho de venta de ilusiones. Pues bien, debemos admitir que la utopía del liberalismo es muy poco romántica como para despertar apasionadas adhesiones. Imponer una idea sin recurrir al poderoso caballero Don Dinero precisa de partidarios dispuestos a regalar su tiempo y su energía en pos de un ideal que los movilice. El problema es que, a diferencia de otras ideologías, el paraíso liberal es muy poco movilizante y no atrae ni a los jóvenes idealistas ni a las chicas rebeldes.
El socialismo, el nacionalismo y sus variadas combinaciones colectivistas presentan una utopía trascendente capaz de motivar a sus partidarios a dejar parte de sus vidas en la búsqueda de un ideal que ven como algo superior a ellos mismos. El socialista romántico inmola su tiempo persiguiendo un paraíso donde no existen las desigualdades, las necesidades de todos se encuentran satisfechas y reina la dicha y la concordia entre los seres humanos. Todos sabemos que esa búsqueda jamás termina en ese paraíso terrenal que dibuja la utopía, sino en infiernos de mayor o menor tamaño en los que se enseñorea la arbitrariedad, la injusticia, la opresión y los individuos son sometidos a toda clase de vejámenes autoritarios y burocráticos incluso para llevar a cabo los actos más insignificantes de su vida. Las utopías colectivistas invitan a sus partidarios en convertirse en héroes de largo pelo al viento, montados en motos o escondidos entre la selva, siempre dispuestos a la aventura y a dejar la vida por una causa superior.
La utopía liberal no tiene nada de ese romanticismo. En el mejor de los casos, nos pinta un mundo donde la gente es libre para emborracharse hasta la ruina o dedicar su vida a levantar fábricas de tornillos, donde la prosperidad no está asegurada sino hay que ganársela con esfuerzo, y donde no reina la igualdad de los bienes materiales sino su meritocracia, por lo que indefectiblemente unos tendran más y otros menos. Es cierto que, en la práctica, las ideas de la libertad redundan en un mayor confort para todo el mundo, en la creatividad que inventa medicinas, en máquinas que acortan distancias y otros lujos que son cosa de aristócratas para una generación y se ponen al alcance del más humilde de los trabajadores en la siguiente. Pero el liberalismo no ofrece a sus partidarios fantasías angelicales que generen religioso fervor, sino cosas tales como heladeras, antibióticos, computadoras y canciones bailables, demasiado mundanas para despertar la pasión que la política requiere. Para colmo, los próceres de la libertad suelen parecerse bastante más a un opaco contador o un rudimentario fabricante de mangueras para motor, que a un recio y atractivo héroe de acción que despierta las loas de la multitud y los suspiros de las adolescentes.
En la medida en que los liberales no logremos encontrar la forma de generar entusiasmo y rodear a nuestras ideas de una mística movilizadora, nos veremos condenados a ver una y otra vez que con la razón sola jamás lograremos conquistar a las masas.
2. El problema de Pizza Hut
La Argentina es poseedora de la cuestionable virtud de ser el país más declamadamente antinorteamericano de Latinoamérica. Para una gran mayoría de la población, casi todo lo que huele a producto del malvado imperio debe ser mirado con desconfianza. Se pueden contar con los dedos de una mano los negocios identificables con el "american way of life" que han tenido éxito en estas latitudes, apenas Mc Donalds, Wal Mart y Starbucks, hasta donde yo se, lograron superar el rechazo que produce todo aquello que es interpretado como una forma de "colonialismo cultural". ¡Si hasta la Ford Motor Co. tiene que poner avisos plagados de referencias a la Pampa gaucha y los caminos polvorientos de la Argentina profunda para cimentar el éxito de sus camionetas!
Sin embargo, los liberales autóctonos se niegan a comprender esa particular idiosincracia. Lejos de caer en la cuenta que si una pizzería como Pizza Hut fracasó por ser "demasiado yanqui", mucho más sospechosa sería una ideología política con olor gringo, insisten en tratar de transplantar a nuestro país un lenguaje, unas formas y una serie de problemáticas totalmente ajenas a la cultura y los intereses del votante argentino.
En lugar de tratar de forjar un liberalismo con gusto autóctono, rescatando cierta tradición liberal representada por la figura de los próceres de la segunda mitad del siglo XIX como Alberdi y Sarmiento, e incluso por los principios del Partido Socialista del primer siglo XX y algunas reivindicaciones de los sectores rurales actuales, los tipos insisten en babearse por cosas que recurrentemente remiten al Tío Sam, como las novelas de Ayn Rand o el pintoresco, y ahora de moda, Tea Party, y hablar como predicadores cristianos de Oklahoma. ¿Realmente piensan que van a cautivar a los argentinos de esa forma?
A los liberales nos sobra hot dog y nos falta empanada y vino tinto. Hasta tanto no nos convenzamos que debemos hablar el mismo idioma y compartir los códigos culturales de nuestros potenciales votantes, vamos a seguir siendo vistos como una secta de maniáticos pagados por la CIA para corromper las mentes de los argentinos.
3. La endogamia
Amigos liberales, ¿nunca se percataron que en nuestras reuniones se ven siempre las mismas caras?
No se si por creernos superiores al resto, o por miedo al ridículo, lo cierto es que no nos atrevemos a confrontar con quienes no comparten nuestras ideas. De esa forma, jamás lograremos convencer sino a quienes ya estaban convencidos de antemano.
¿De dónde piensan que van a salir los nuevos liberales? ¿Van a surgir por generación espontánea? No señores, si alguna vez queremos modificar aunque sea un poquitito la realidad que nos circunda, debemos convencer de nuestras ideas a quienes no nos han escuchado hasta ahora. Para eso debemos darnos a conocer y hablarles. ¿Cómo puede ser que ni siquiera seamos capaces de participar en un debate en un centro de estudiantes universitarios? ¿Tenemos miedo de que nos agarren a patadas los zurdos? ¿Creemos que nuestros interlocutores no están capacitados para entendernos?
Hay que salir del microclima de una vez por todas y tratar de hacernos oir allí donde haya un público, esté o no predispuesto a escucharnos. Confrontarnos con nuestros detractores nos va a hacer crecer, no sólo porque es la única forma de llegar a nuevos liberales en potencia, sino porque va a servirnos para adaptar nuestros discursos y estrategias, para aprender cuáles son los temas que le interesan al público y la mejor forma de abordarlos.
Sentados cómodamente en nuestros sillones tomando el té, conversando mil veces las mismas cosas con las mismas personas, no vamos a lograr otra cosa que tener hijos bobos.
4. La tentación autoritaria
Vinculada a nuestra incapacidad para seducir a la gente de a pie, está la recurrente tentación de muchos autoproclamados liberales de intentar la vía corta para imponer sus ideas, tratando de convencer a algún caudillo más o menos autoritario de que las ponga en práctica. Como no nos creemos capaces de ganarnos el favor de los votantes por la vía democrática, muchas veces terminamos apoyando experimentos autoritarios creyendo que la libertad puede imponerse por la fuerza. Esa es la explicación por la cual algunos "liberales" quedaron pegados al menemismo (y peor aún, a las muchas dictaduras del siglo XX), y también el motivo de que muchos fascistas de la peor calaña se vean a si mismos como defensores de la libertad. Pero lo cierto es que el liberalismo, o es demócrata y republicano, o no es. La libertad no tiene nada que ver ni con militares, ni con populismos como el peronista. Sólo el peor de los diagnósticos de la situación política pudo haber llevado a algunos verdaderos liberales a simpatizar con liderazgos autoritarios y, curiosamente, rechazar al mismo tiempo toda posibilidad de acercamiento a los sectores de la sociedad que, aún cuando no compartan totalmente nuestro ideario, son al menos genuinamente democráticos.
Las libertades "civiles" y "políticas" son un presupuesto necesario para las libertades "económicas" (aunque en realidad, las distintas formas de libertad jamás puedan escindirse completamente). Caer una y otra vez en la tentación autoritaria le ha hecho muchísimo daño al liberalismo en la Argentina, al punto de que mucha gente lo identifica con una ideología de "derecha" que claramente no es.
Es hora de generar canales de diálogo con todos quienes genuinamente rechazan el autoritarismo, aún cuando a veces sostengan algunas ideas que puedan parecernos resabios de colectivismo en materia económica o moral. Es la única forma de empezar a presentarnos a nosotros mismos compartiendo ciertos códigos de convivencia política mínimos con aquellos que creen en los principios de la República y la limitación del poder, de sacarnos ese pesado sayo antidemocrático e intolerante que nuestros detractores insisten en colocarnos.
5. Mala imagen
En política, parecer es casi o tanto más importante que ser. La gente tiende a elegir representantes con los cuales pueda tener algún punto de identificación: por eso los candidatos en campaña se muestran en mangas de camisa, tomando mate o caminando por calles de barro. Un político debe parecerse de alguna forma a sus votantes.
Lo curioso es que, sabiendo eso, los muchos liberales parecemos empeñados en presentar la imagen de ricachones que no saben lo que es tomar un colectivo, en lugar de asimilarnos estéticamente a la gente común y corriente (pecado en el que me incluyo). Los peronistas son más vivos: no abandonan su folclore de bombo, fútbol y asado aún cuando hace décadas que tienen chofer y viajan en avión privado. Los liberales casi que somos capaces de bajarnos del colectivo una parada antes, para que no se note en que vinimos.
El liberalismo autóctono está muy pegado a la imagen del "garca" que vive de las finanzas y no conoce el mundo más allá de Barrio Norte. A diferencia de EEUU, donde la causa antiestatista suele ser enarbolada por las clases bajas, en Argentina no hemos logrado despegar el liberalismo de cierto tufillo oligarca.
Vanas van a ser las explicaciones respecto de que la libertad favorece a los pobres y no a los ricos, que el proteccionismo sólo ayuda a industriales millonarios que explotan a sus empleados y no invierten un centavo, si las damos en tono afectado y sosteniendo un Martini en la mano. Para que nos escuchen quienes están hundidos en el barro, debemos meter los pies en él. Cruzar los límites de Palermo y recorrer el conurbano, el interior del país, los pequeños pueblos donde nuestro mensaje puede encontrar un mejor eco si lo revestimos de las formas adecuadas.
Las ideas de la libertad necesitan un vocabulario menos refinado, una imagen más campechana, olor a transpiración, sangre joven. De otro modo, están condenadas a quedar atrapadas en la tertulia de señoras mayores que juegan a la canasta o de gerontes que divagan mientras fuman habanos.
4 comentarios:
creo diego que el meollo de su tesis está en el punto 4.
el liberalismo es una ideología política antes que un mero discurso económico: si embargo fíjese que los principales institutos de educación "liberal" en argentina (cema, eseade) son reconocidos por sus escuelas de economía y no de ciencia política, y aún en el primer caso, sus egresados están orientados básicamente a finanzas corporativas y bancos y mercados de capitales, pero no a la macroeconomía.
respecto de su última reflexión, una anécdota de la que fui testigo:
una mañana ricardo lópez murphy, que sonaba como candidato, venía caminado solo por una vereda de recoleta hablando por su celular.
se le acerca una persona que desea decirle algo y le hace la internacional seña de "un minuto por favor", con su dedo índice apoyado sobre la palma de su otra mano.
sin dejar de hablar y cortesmente lópez murphy le señala, con una sonrisa, que está hablando por teléfono y no lo puede atender.
si usted hubiera sido el desairado ¿lo habría votado?
yo, no...
Hugo, yo creo que los cinco puntos son importantes... ¡por eso los he escrito!
Pero es verdad que el liberalismo autóctono siempre se mostró demasiado enfocado en la economía y le ha prestado poca atención a la política y a las cuestiones institucionales. Hay una larga tradición de cultura política liberal, que en Argentina no se estudia prácticamente en ningún lado. Yo soy egresado de la maestría en Economía y Ciencia Política de Eseade, pero la verdad es que es una carrera casi marginal. El plato fuerte de Eseade, y más aún del Cema (que creo es académicamente superior), son las finanzas y la administración. Lo peor es a casi nadie parece importarle nuestra nula inserción en el debate político, parecemos conformes con que algún día nos llame el mandón de turno para pedirnos opinión cuando no le cierra el presupuesto.
Respecto de la anécdota de López Murphy, evidentemente le falta carisma para ser un político exitoso, y eso que debe ser el más amable y cortés de los liberales. Nos faltan candidatos que metan las patas en el barro, besen bebés y bailen con las ancianas de los centros de jubilados...
a propósito, y por si le interesa, hay un libro de mi profesor en san andrés eduardo zimmermann -a lo mejor ya lo conoce- que siguió a su tesis doctoral en oxford, titulado "los liberales reformistas" y referido a políticos argentinos que actuaron a fines del 19 y comienzos del 20...
Hugo, el libro lo conozco de nombre pero no lo he leído. Espero pronto tener tiempo para hacerlo, puesto que siempre me pareció un tema interesante, y las cosas que he leído en su momento de Zimmermann me parecen de excelente nivel.
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