12 de octubre. Día de muchas (¿demasiadas?) conmemoraciones y efemérides, y por tanto creo que un buen día para hacer girar alguna mirada española de América hacia otros lugares.
Amigos americanos, que nadie se sienta herido ni ofendido, pero el típico colonialismo español que ustedes nos achacan es el marco en el que voy a escribir esto... sobre África.
¿Por qué colonialista? Pues porque soy un ciudadano acomodado de un país del Primer Mundo, de su parte Norte y más rica, de hecho, que no ha pisado nunca África y que sin embargo va a escribir como si lo supiera todo de dicho continente, o al menos de la relación de España con él. He ahí por tanto otra muestra de colonialismo: un país diminuto se relaciona con un continente. Pido perdón por todo ello.
Mi tesis es que para el futuro de España, los continentes americanos ya no son los escenarios principales (en efecto, ni siquiera el continente que empieza en Canadá). El continente más importante para el futuro inmediato de España es África.
No digo en absoluto que América deje de ser importante o incluso esencial, sino que no estamos dando a los países africanos la importancia que deberíamos en relación a lo que su evolución afectará a la nuestra. Espero que el breve catálogo que sigue de temas candentes y pendientes de España con África, ayude al plantemianto de mi idea, y al cambio.
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Marruecos. Es dificil exagerar la importancia creciente de los países del Magreb para España. Marruecos es destino turístico y de inversiones (sobre todo mientras sus trabajadores no puedan organizarse y exigir sus derechos a las empresas europeas), y procedencia de importaciones esenciales que deberían aumentar si finalmente Europa deja de subvencionar su agricultura. El
Sáhara Occidental es una herida abierta para muchos españoles y una vergüenza más de nuestro pasado, así como la principal falla en las relaciones hispano-marroquíes, dejando aparte las aprovechadas menciones de los políticos marroquíes a las españolas Ceuta y Melilla. Lamentablemente, se han encontrado yacimientos de importantes materias primas en lo que debía ser el más nuevo país africano, por lo que casi con toda seguridad dicho país seguirá siendo la patria imaginada de miles de refugiados. Por otro lado, Marruecos es la puerta de salida preferida por cientos y cientos de migrantes que buscan su vida en España y Europa, perdiéndose cientos de vidas al año en el Estrecho de Gibraltar. ¿Puede haber razón más importante por la que prestar atención a un país al que hemos cargado con la inmigración que nosotros (ya) no queremos?
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Argelia. Un país roto y masacrado por guerras civiles e islamismo radical terrorista, precisamente por eso demasiado buen caldo de cultivo para la radicalización de una población a la que un estado muy volcado en conseguir colaboraciones de empresas extranjeras (francesas y rusas como Gazprom, capaz hasta de despreciar después de firmado contrato a las empresas españolas) para la explotación de sus ingentes recursos energéticos (de los que seremos los principales o segundos principales clientes), no logra dar ni realidad ni esperanza, y por tanto muy proclive a engrosar células terroristas dispuestas a la mayores salvajadas. Junto a Marruecos, es el otro gran centro en el Norte de África para las luchas neocoloniales de Francia y España, ahora protagonizadas por sus empresas multinacionales.
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Mauritania. Pese a la importancia capital de los caladeros de pesca de Mauritania para la flota pesquera española, o precisamente por eso mismo, el golpe de estado militar reciente en aquel país ocupó unas cuantas páginas de periódicos cuando ocurrió, y después... nada más. Apenas hay información en los grandes medios españoles sobre las libertades y su carencia por la población de otro país clave para algún interés español (toda vez que la libertad y los derechos humanos individuales no lo son, como demuestran tantas historias de migrantes cazados entre la espada marroquí y la pared española).
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Senegal, Guinea Bissau... Son algunos de los países (ya del "África negra") donde más esfuerzos puso el ejecutivo anterior (sobre todo el ministro Jesús Caldera) de cara a prevenir la demasiado intrépida migración ilegal de miles de ciudadanos desesperados desde la zona hasta las relativamente cercanas Islas Canarias, por la vía decente de procurar ayudarles en su desarrollo. Experiencias fallidas y un cambio (en mi opinión "hacia la derecha") en el equipo de gobierno de Rodríguez Zapatero, han hecho que esos esfuerzos decaigan y de nuevo la sombra de la ignorancia sobre esos países caiga sobre nosotros, convenientemente asombrados (cada vez menos) por las escenas de cayucos a rebosar de personas negras y escuálidas (y en ocasiones muertas, para vergüenza del peiroismos nacional), o sus historias de mafias y compañeros ahogados. Las relaciones con esos países deberían retomarse y relanzarse con fuerza, pero con amabilidad, firmeza y respeto, para que no se reproduzcan incidentes vergonzantes para todos como el
rechazo, ya en su suelo nacional, por Gambia de un avión con cien migrantes gambianos debidamente identificados que iban a ser repatriados (como información añadida de lo que un proceso así cuesta, diré que cada migrante estaba acompañado de un policía español, y contaba con una cierta cantidad de euros para sí, dados como ayuda).
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Somalia. Cambiamos de océano, hacia el país que, teóricamente, debería estar haciéndonos replantearnos nuestra filosofía como parte del escenario mundial. Piratas de nacionalidad somalí han apresado un
barco pesquero español, en una campaña que culminó con el secuestro de un buque lleno de armamento y propietarios menos pusilánimes que España. El secuestro de barcos de pesca europeos es el principal negocio para muchos en un país bastante más deshecho incluso que Argelia, sin autoridades públicas claras, y para cuya población los barcos de pesca extranjeros son una importante fuente de empleo. Lo mismo que para sus recursos marinos muchos consideran esas flotas como impunes expoliadores. En aquel caso, el secuestro se "resolvió" con un rescate de cuantía indeterminada, pero que se sabe ha afluido en parte a las arcas del terrorismo internacional, revelando que dichos grupos son los que detentan el poder en buena parte de África, entendiendo por "poder" el de manejar y conducir el dinero, al modo de Chomsky. Para evitar situaciones parecidas, España, dentro de una operación europea (quizás de las primeras en que Europa interviene como algo semejante a la unidad, y de forma militar), ha enviado un avión de vigilancia con equipamiento electrónico y, si mal no recuerdo, ¡diez soldados! Claro que la alternativa habría sido enviar una flota militar al Índico, como pedían los empresarios pesqueros vascos.
Me dejo decenas de países con los que España podría y debería afianzar sus relaciones diplomáticas, sobre todo si, como parecía antes de la "crisis", buena parte del continente africano estaba a punto de alcanzar un primer escalón hacia la salida de la pobreza contumaz a la que la geografía, la corrupción y el colonialismo europeos, entre otros factores, la habían reducido durante el pasado siglo. Si este análisis se acercase a la realidad, creo que se podría ver un país, España, que no sabe demasiado bien por dónde le viene el viento, dubitativo entre la colaboración y el colonialismo militar, demasiado solo y bienintencionado como para intentar atajar por sus propios medios los problemas africanos que se están volviendo nuestros problemas en uno de esos efectos no deseados de la globalización neoliberal. Un país, en definitiva, que sólo los últimos años ha intentaco comenzar a practicar algo que se pueda llamar "política exterior hacia África", y que por tanto está a varias décadas de Francia, algún siglo de Inglaterra y a años pero a ingentes cantidades de dinero detrás de Estados Unidos, o, sobre todo, China.
Una política exterior que a no mucho tardar se las tendrá que ver con efectos graves del cambio climático, como la invasión de especies africanas de nuestros ecosistemas. Algo que seguramente no entra dentro de los ámbitos de la política exterior... si no consideramos que algunas de esas especies pueden transmitir enfermedades mortales y epidémicas.