El oscareado director Andrzej Wajda fue dejando Katyń para más tarde un año sí y otro también hasta que vió que se iba acabando su tiempo en este mundo y no pudo más. En las primeras críticas uno puede encontrar de todo, aunque son en su mayor parte muy positivas. Lo que está claro es que este sombrío episodio del estalinismo tenía que aparecer antes o después en la cinematografía polaca y mundial.
Puede que haya quien se extrañe, se escandalice o incluso acuse de martirólogos a los polacos por andar aún hurgando en las heridas que dejó la II Guerra Mundial. No me parece justo en absoluto. Primero porque en la Polonia comunista, hasta 1989, con sólo mencionar la palabra "Katyń" podía uno dar con sus huesos en la cárcel. El Gran Hermano de Moscú impuso la ley del silencio.
En segundo lugar ¿por qué Polonia (que movilizó el tercer mayor contingente de soldados entre los aliados y que tuvo seis millones de pérdidas humanas durante la Guerra, que se dice pronto) va a tener que honrar menos a sus héroes que otras naciones europeas? Lo primero que hace cada presidente francés cuando jura su cargo es poner una ofrenda floral en el lugar donde murieron treinta y tantos miembros de la resistencia francesa durante la liberación de París. ¡Treinta y tantos! En fin, sé que las comparaciones son odiosas, pero si hemos de ser ser serios hay que decir que tuvieron que buscar a sus paladines de la libertad con lupa. Sólo en el levantamiento de Varsovia contra los nazis murieron alrededor de 200.000 polacos. Y por cierto, éste era otro episodio tabú hasta 1989, ya que la insurreccíon se fue al garete entre otras cosas porque Stalin no sólo no movió un dedo y dejar desangrarse al Ejército Nacional de Polonia, sino que además no permitió a los aviones aliados a aterrizar en el territorio ocupado por el Ejército Rojo y auxiliar desde allí a la capital en llamas. En resumen, que si los polacos tienen de qué y de quién gloriarse dejémoslos en paz.
Volviendo a los bosques de Katyń, Charkow, ... , lo que allí ocurrió fue un intento de dejar a Polonia sin cabeza, sin inteligentsia, asesinando con un tiro en la nuca a más de veinte mil oficiales (junto a médicos, sacerdotes, abogados, ..., oficiales también de reserva). Por primera y única vez en Rusia fue reconocido el crimen por Yeltsin. Ahora Putin, como buen antiguo KGBista, vuelve a velar por la gloria del imperio con los mismos métodos de propaganda que antes: acusa a los polacos y a su presidente, durante el viaje de éste a Katyń, de nacionalismo y de tratar de enmascarar con este ataque otros supuestos crímenes propios (en concreto de la guerra polaco-bolchevique de 1920) y la televisión rusa llega a cuestionar la autoría soviética de la matanza. De cine, aunque menos mal que ahora gracias a Wajda.